Jennifer, siempre y mientras
Es miércoles, como siempre. Y son casi las nueve y cuarto de la noche. La cita era a las nueve, pero se retrasan. Como siempre. Los primeros llegan con cuentagotas, algunos acaban de salir del trabajo, otros han tenido la precaución de hacer un alto en «El Chamizo» o en el «Red Bar», en la otra orilla de la calle San Vicente Ferrer, para tomar una ración o un bocadillo antes de que todo empiece. En el fondo del Bukowski, sobre el escenario de un metro cuadrado, espera Jennifer, musa de los poetas perdidos o medio maniquí (la parte de abajo), convertido en atril con minifalda y medias rotas de red. Está descalza. Detrás de ella, un taburete como muestra de confianza para los poetas: aunque puedan sentarse a leer, saben que será durante unos minutos, porque habrá más gente esperando para compartir sus poemas y esta noche es noche de todos.
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